La madre y la hija..

 Era una noche de invierno. Silbaba el viento fuera y blanqueaba la nieve en los tejados.
Debajo de uno de esos tejados, en vivienda estrecha,
se veía sentadas, haciendo labor de manos, una mujer con cabello blanco y una muchacha.
Y de vez en cuando calentaba la anciana, en su mezquino brasero, sus manos descoloridas. Una lámpara de barro alumbraba su pobre estancia, y un rayo de la lámpara iba a morir en una imagen de la Virgen pendiente de la pared.
Y la inocente muchacha, alzando los ojos, contempló silenciosa un breve instante la mujer de cabellos blancos, y luego dijo:
- Madre mía, ¿habeís vivido siempre en este abandono?
Y había en su voz suavidad y ternura inexplicables.
Y la mujer de cabellos blancos respondió:
- Hija mía, Dios es árbitro; lo que hace, bien hecho está.
Dichas esta palabras, calló por breve espacio, y repuso en seguida:
- Cuando perdí a tu padre, sentí un dolor que creí sin consuelo; tú, con todo ,
me quedabas, pero entonces sólo en él pensaba.
Después he pensado que si hubiera vivido y nos hubiera visto en tal penuria,
su alma se hubiera despedazado; y he conocido que Dios habia sido misericordioso para con él.
La inocente muchacha no respondió nada, pero inclinó la cabeza, y algunas lágrimas, que procuraba ocultar, cayeron sobre el retazo que en las manos tenía.
La madre añadió:
- Dios que ha sido misericordioso con él, lo ha sido también con nosotras. ¿Qué nos ha faltado, en tanto que a otros les falta todo ? Fuerza ha sido, en verdad, acostumbrarnos a poco, y aun ese poco granjearlo con nuestro trabajo, pero ese poco ¿ no basta ? ¿ No se han visto todos desde el principio
condenados a vivir de su trabajo ? Dios, en su bondad, nos ha dado el pan de cada día, y ¿ cuantos carecen de él ? Un albergue, y ¿ cuantos no saben dónde
albergarse ? Me ha dado, ademáz, a ti. ¿ De qué puedo quejarme ?
Oídas estas últimas palabras, la inocente, conmovida, cayó a los pies de su madre, tomóle las manos, las besó, e inclinóse llorando sobre su regazo.
Y la madre, esforzando la voz como más pudo:
- Hija mía , no está la dicha en poseer mucho, sino en esperar y amar mucho.
Nuestra esperanza no está aquí abajo, ni nuestro amor tampoco; o si está , es sólo de paso. Despues de Dios, tú lo eres todo para mí en este mundo: pero
este mundo se desvanese como un sueño, y por eso se sublima mi amor contigo a otro mundo mejor. Cuando te llevaba en mi seno, rogué un día con
más fervor a la Virgen María, y apareciome en tanto que dormía, y me parecía que con celestial sonrisa me presentaba una criatura. Y tomé la criatura que me presentaba, y cuando la tuve en mis brazos, colocó la Virgen
María sobre su cabeza una corona de rosas blancas. Pocos meses después, 
naciste tú, y la dulce visión no se apartaba de mis ojos.
Diciendo esto, la anciana encanecida se estremeció, y estrechó contra su corazón a la inocente muchacha.
De allí a poco tiempo, un alma bienaventurada vió dos figuras luminosas remontar al cielo; un coro de ángeles las acompañaba, y vibraban en el aire
cánticos de alegria.

                                                        Lamennais